Textos "1995"
ISBN: 978-84-09-06879-1
- Impreso en España, 2019 -
Autor: Javier Clemente Martínez
“Que bombardeen por favor.”
Como trabajadora humanitaria en Bosnia y Herzegovina puedo asegurar que no somos pocos los que constantemente esperábamos la noticia de una
respuesta contundente militar por parte de la comunidad internacional. Seguí la crisis de la Antigua Yugoslavia prácticamente desde su inicio. Hasta ese
momento recuerdo pensar con mucha ingenuidad que el mundo iba hacia mejor. Atrás quedaban los horrores de la Segunda Guerra Mundial, el Muro de
Berlín caía en 1991. El permitir una guerra étnica en el corazón de Europa era una anomalía desgarradora e inexplicable y una verdadera pesadilla que tenía
que cesar.
La acción humanitaria pretende salvar vidas, aliviar el sufrimiento y mantener la dignidad humana. En Bosnia lo humanitario fue permanentemente sustituido
por acción política fallida. En Bosnia, durante la guerra, el número de personas que se pretendía ayudar superaba los 4,2 millones. El acceso humanitario
fue negado o saboteado de forma reiterada por razones políticas o militares especialmente por los lados serbo bosnio y croata de Bosnia. Estando en
Sarajevo recuerdo que un trabajador de Médicos sin Fronteras decía que actuábamos como si la ciudad fuera un avión secuestrado y sólo luchásemos por
llevar las bandejas de comida de la aerolínea a los pasajeros. Cuando Médicos sin Fronteras consiguió entrar en el enclave de Srebrenica en marzo de 1993
recuerdo que lo describieron como el infierno de Dante con decenas de personas muriéndose de hambre y por la falta de atención médica. Faltaba acceso al
agua y las necesidades más básicas. Srebrenica fue una cárcel insalubre. A la población en Srebrenica se le aseguró que era un área protegida; el General
Morillon de las Fuerzas de NNUU: “no temáis, me quedaré con vosotros”.
Mi compañero, que fue jefe de convoy para el Conejo Danés de Refugiados que trabajaba para Naciones Unidas, fue a Srebrenica para evacuar a población
vulnerable. El convoy tardó en llegar por todas las trabas que tuvieron por parte de las fuerzas serbo bosnias. Relataba años más tarde, entre lágrimas, como
finalmente llegaron en la mitad de la noche y decidieron permanecer a las afueras de la ciudad y dormir unas horas dentro de los camiones. De pronto
escucharon ruido y sintieron como personas trepaban encima de los camiones. Cuando abrieron puertas se encontraron con que estaban rodeados por
millares de personas desesperadas por salir. Sin poder avanzar fue caminando a buscar al responsable de ACNUR. Habían numerado los que iban a ser
evacuados escribiendo sobre sus brazos. Cuando volvieron a los camiones un hombre amenazaba con hacer estallar una granada si no le permitían subir.
Tras mucha negociación cedió, cuando le convencieron que todos iban a ser perjudicados si le llevaban. Cuando finalmente consiguieron partir los camiones
cargaban a 2400 mujeres, niños, mayores y enfermos hacinados de las 900 inicialmente previstas. De camino recibieron pedradas e insultos cuando
atravesaron áreas contraladas por fuerzas serbobosnias. Una persona, tras caerse del camión, se fracturó el brazo. Antes de llegar a Tuzla las fuerzas
bosnias también les pararon protestando por llevar a bosnios como ganado y en protesta por el desarme del enclave y el peligro que ahí correría la
población. En su relato, desgarrador, se lamentaba como, cuando finalmente llegaron a Tuzla después del viaje inhumano, recordaba como los desplazados
de Srebrenica fueron alojados en un gimnasio vacío sin nada esperándoles. La masacre de Srebrenica ocurriría unos dos años después. ¿Cómo pudimos y
se pudo dejar que ocurriera?
evacuados escribiendo sobre sus brazos. Cuando volvieron a los camiones un hombre amenazaba con hacer estallar una granada si no le permitían subir.
Tras mucha negociación cedió, cuando le convencieron que todos iban a ser perjudicados si le llevaban. Cuando finalmente consiguieron partir los camiones
cargaban a 2400 mujeres, niños, mayores y enfermos hacinados de las 900 inicialmente previstas. De camino recibieron pedradas e insultos cuando
atravesaron áreas contraladas por fuerzas serbobosnias. Una persona, tras caerse del camión, se fracturó el brazo. Antes de llegar a Tuzla las fuerzas
bosnias también les pararon protestando por llevar a bosnios como ganado y en protesta por el desarme del enclave y el peligro que ahí correría la
población. En su relato, desgarrador, se lamentaba como, cuando finalmente llegaron a Tuzla después del viaje inhumano, recordaba como los desplazados
de Srebrenica fueron alojados en un gimnasio vacío sin nada esperándoles. La masacre de Srebrenica ocurriría unos dos años después. ¿Cómo pudimos y
se pudo dejar que ocurriera?
Para los humanitarios cabe cuestionar nuestro papel durante la Guerra de Bosnia. Luchamos por intentar proporcionar, y a menudo sin conseguirlo, un nivel
mínimo de asistencia a las poblaciones asediadas. Hicimos lo posible por mantener la imparcialidad, pero inevitablemente intentamos defender el lado de las
poblaciones bosnio musulmanas, al ser éste el más afectado y al tratarse de una conflicto de limpieza étnica. En la práctica, se aportó más ayuda a las zonas
accesibles, que no eran las controladas por las bosnias. A algunos trabajadores humanitarios les preocupaba que nuestra mera presencia fuera falsamente
interpretada como un garante de protección de la población ahí presente. Para otros, la idea de participar en esfuerzos como la evacuación de los enclaves,
aun siendo voluntarias, les parecía en cierta forma apoyar una estrategia de limpieza étnica. En mi caso nada me ha importado más que lo que pude vivir en
Bosnia y las lecciones de resiliencia, superación y de vida que me aportaron las personas que ahí conocí.
mínimo de asistencia a las poblaciones asediadas. Hicimos lo posible por mantener la imparcialidad, pero inevitablemente intentamos defender el lado de las
poblaciones bosnio musulmanas, al ser éste el más afectado y al tratarse de una conflicto de limpieza étnica. En la práctica, se aportó más ayuda a las zonas
accesibles, que no eran las controladas por las bosnias. A algunos trabajadores humanitarios les preocupaba que nuestra mera presencia fuera falsamente
interpretada como un garante de protección de la población ahí presente. Para otros, la idea de participar en esfuerzos como la evacuación de los enclaves,
aun siendo voluntarias, les parecía en cierta forma apoyar una estrategia de limpieza étnica. En mi caso nada me ha importado más que lo que pude vivir en
Bosnia y las lecciones de resiliencia, superación y de vida que me aportaron las personas que ahí conocí.
Silvia Hidalgo
Responsable de país para Bosnia-Herzegovina de ECHO (Oficina Humanitaria de la Comisión Europea)
durante la Guerra y posteriormente jefa de suboficina de ECHO en Sarajevo, encargada de la región de
Sarajevo, Bosnia Central, Republika Srpska Sur Este y Goražde.
En la actualidad, es consultora independiente y evaluadora especializada en Acción Humanitaria,
colaborando con las organizaciones DARA y DAHLIA.
durante la Guerra y posteriormente jefa de suboficina de ECHO en Sarajevo, encargada de la región de
Sarajevo, Bosnia Central, Republika Srpska Sur Este y Goražde.
En la actualidad, es consultora independiente y evaluadora especializada en Acción Humanitaria,
colaborando con las organizaciones DARA y DAHLIA.
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“Srebrenica, la gota que colmó un vaso demasiado grande”
La trágica descomposición de la antigua Yugoslavia llenó los noticiarios durante toda una década y fue el doloroso contrapunto al fin de la Guerra Fría y
a la promesa de paz definitiva en una Europa reconciliada. Fue en Bosnia donde la situación se hizo casi inabordable, donde el mestizaje de musulmanes,
católicos y cristianos ortodoxos estaba más extendido. Cuando aquella tolerancia frágil se acabó, el enemigo parecía estar en cualquier vecino. Una guerra
con tres bandos estalló en abril de 1992 con el sitio del antes cosmopolita Sarajevo y se prolongaría durante tres años y medio ante la inoperancia de la ONU
y de las principales potencias. Los cascos azules se veían impotentes para implementar sus mandatos y estaban obligados a observar unas reglas de
enfrentamiento que les ponían en situaciones imposibles. El precio en vidas para la UNPROFOR en tres años fue de 173 cascos azules, a lo que había que
añadir periodistas y miembros de ONGs.
Las autoridades civiles y militares de la ONU solían coincidir en que la misión de la UNPROFOR era apaciguar la situación, no inflamarla. Antes de la
caída de Srebrenica y Gorazde, se había preparado un informe exhaustivo sobre la accidentada misión de la UNPROFOR y recomendaba que fuese
urgentemente modificada o de lo contrario se verían obligados a marcharse. Las zonas seguras, especialmente Sarajevo y Bihac, eran frecuentemente
bombardeadas o atacadas por tropas serbias; a veces, Bihac era bombardeada por la aviación serbia violando la zona de exclusión aérea de la OTAN.
El Secretario General de la ONU Boutros Ghali planteó varias opciones al Consejo de Seguridad para esa reforma: incrementar el número de tropas y
usar la fuerza para entregar la ayuda humanitaria y proteger las zonas seguras; mantener el número de tropas pero reducir la responsabilidad de la ONU; o
seguir como hasta entonces. Boutros Ghali abogaba por reducir responsabilidades y abandonar el concepto de zona segura. De hecho, el egipcio estaba
más que harto de Yugoslavia y de aquella obsesión de los medios por Sarajevo. En una rueda de prensa afirmó poder citar diez lugares que estaban en peor
situación que la capital bosnia.
Lo cierto era que las zonas seguras se habían convertido en el talón de Aquiles de la UNPROFOR. Si bien en 1993 su establecimiento, con la imagen
del general Philippe Morillon paseando por Srebrenica entre vítores fue bien recibida por la opinión pública, recibió un apoyo limitado y los miembros de la
OTAN ya no estaban dispuestos a desplegar tropas en ellas. El contingente francés había dejado Bihac y fue reemplazado por otro de Bangladesh en 1994.
Los canadienses salieron de Srebrenica en enero de 1994 y fueron sustituidos por tropas holandesas. Y los gobiernos británico y holandés querían sacar sus
tropas de Srebrenica y Gorazde antes de enero de 1996.
tropas de Srebrenica y Gorazde antes de enero de 1996.
En su sesión informativa al Consejo de Seguridad, el general Janvier, comandante de la UNPROFOR, recomendó que los cascos azules abandonasen
los enclaves más orientales y dejasen sólo un puñado de ellos para operar como controladores aéreos avanzados y guiar los ataques aéreos de la OTAN en
caso necesario. Argumentó que las fuerzas del gobierno bosnio eran ya capaces de defender solas los enclaves. También alegó, con el apoyo del embajador
ruso, que las fuerzas bosnias habían abusado repetidamente del concepto de zona segura y que habían usado los enclaves para lanzar sus propias
ofensivas, así como que el gobierno bosnio había violado un alto el fuego. Los tres últimos soldados franceses abatidos por francotiradores en Sarajevo
fueron tiroteados por bosnio-musulmanes, e incluso se confirmó la procedencia del lado bosnio de al menos uno de los disparos.
El gobierno norteamericano tenía una visión con menos matices y la embajadora ante la ONU, Madeleine Albright, amonestó a Janvier por criticar al
gobierno bosnio-musulmán en su lucha contra los serbo-bosnios. La administración Clinton se oponía a toda reducción del compromiso con las zonas
seguras, pero al mismo tiempo se negaba a enviar tropas terrestres para reforzar a la UNPROFOR.
La proposición de Janvier de abandonar las zonas seguras fue rechazada de plano. Incapaz de llegar a un acuerdo sobre como cambiar el mandato de
la ONU y poco dispuesto a destinar más tropas, el Consejo de Seguridad dio las mismas instrucciones que había dado durante dos años.
Radovan Karadzic, líder de los serbios de Bosnia y artífice de la ofensiva sobre las zonas seguras, demostró ser más hábil que sus adversarios. Al
atacar un enclave seguro de la ONU se enfrentaba a la reprobación internacional, a menos que demostrase que los musulmanes lo usaban como santuario.
Los cascos azules holandeses pedirían ayuda al coronel Brantz en Tuzla y éste elevaría la petición al general Nicolai en Sarajevo. Nicolai discutiría con
Gobillard, cuyos compatriotas capturados estarían vendidos, y la solicitud de ayuda se bloquearía o se negociaría entre ambos. Y si se tratase de algo más
serio, aún tendría que pasar el filtro del general Janvier, también francés y como todo el mundo ya sabía, poco dispuesto a usar la fuerza contra los serbios.
Los británicos preferirían quedarse al margen, al menos hasta que se ordenase el despliegue de sus hombres de la Fuerza de Reacción Rápida o los
norteamericanos comenzasen las misiones de apoyo aéreo. Éstos enviarían sus aviones una y otra vez para nada, a la espera de que los europeos se
pusiesen de acuerdo y les diesen objetivos claros. O hasta que perdiesen la paciencia.
La tragedia estaba servida.
César Pintado
Autor de “Adiós Yugoslavia”.
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Srebrenica. Il genocidio. L’urbicidio.
Srebrenica. Gli stupri di massa ai danni di donne, bambini e uomini, manifestazioni deformi di quella malattia mortale che si chiama pulizia etnica, teorizzata a tavolino da psichiatri quali Jovan Rašković.
Srebrenica. Le fosse comuni, la terra incolpevole trasformata nel pasto abnorme dell’ignoranza più gretta.
La matematica che diventa conto di una crudeltà che definiremmo disumana, se non fosse tuttavia così tragicamente umana. Ecco allora le fosse comuni primarie, quelle secondarie e quelle terziarie. I corpi trasformati in macabri puzzle dai denti d’acciaio delle ruspe. E ancora la terra usata come scudo per celare ciò che i carnefici avevano scientificamente progettato a tavolino. Freddi, determinati. Criminali.
Srebrenica. L’angoscia. Il dolore. La disperazione. L’abbandono. Il tanfo dell’impunità. L’incredulità. L’impotenza per la mancata giustizia. La paura. Ma, soprattutto e purtroppo per sempre, la disinformazione, il negazionismo, la propaganda di parte che getta ulteriore vergona su una delle pagine più raccapriccianti e inaccettabili del Novecento.
Eppure le sentenze dei tribunali parlano chiaro e la storia non mente. Furono migliaia di militari dell’esercito serbo-bosniaco sotto il comando di Ratko Mladić e migliaia di paramilitari serbi, sostenuti da loro pari russi, greci e bulgari a porre in essere l’ultimo genocidio europeo del ventesimo secolo. E furono 10.701 le vittime di quell’immonda accozzaglia di ladri, avventurieri, assassini, fascisti e criminali riuniti sotto la bandiera del panserbismo con il compito di cancellare nel modo più brutale possibile ogni traccia di diversità in una terra che, mezzo millennio dopo, doveva essere ri-serbizzata e mai più condivisa. La pietra all’ingresso del Memoriale di Potočari purtroppo è bugiarda, sebbene anche il numero là sopra scolpito – 8.372, con puntini di sospensione a cui nessuno vuole rendere la giusta importanza – faccia venire i brividi. Le madri e le donne di Srebrenica sopravvissute al genocidio dei loro uomini e allo stupro etnico da sempre denunciano la scomparsa di 10.701 loro cari. L’ente internazionale che sta lavorando da oltre vent’anni per ricostruire, a Tuzla, i corpi maciullati dalle ruspe e le identità delle vittime, da anni ha ormai reso noto che quanto il corpo numero 9.999 sarà stato ricostruito e sepolto, tutte le ossa rimanenti saranno automaticamente attribuite a un’ipotetica decimillesima sciagurata vittima dell’odio ultranazionalista serbo e serbo-bosniaco. E sarà una vittima con molte, troppe, più ossa del dovuto.
Ecco, sarebbe sufficiente che giornalisti, politici e cittadini tenessero a mente le poche informazioni di cui sopra per esporre finalmente sotto la giusta orripilante luce ciò che accadde a Srebrenica, sotto lo sguardo assente e terrorizzato, forse anche compiacente, dei caschi blu olandesi del terzo battaglione motorizzato, guidato dal pallido e baffuto colonnello Ton Karremans. Un uomo che non ha saputo resistere alla tentazione di farsi appore sul bavero del cappotto, anni dopo, una medaglia al valore incredibilmente concessa a tutti quei professionisti della guerra prestato alle Nazioni Unite dal governo olandese, a conclusione di una vicenda in cui la parola “valore” non ha mai realmente trovato posto, se non associata alle donne di Srebrenica e ad Amor Mašović, uomo coraggioso, lui davvero sì, che non ha mai cessato di lottare per la verità e la giustizia e di scoperchiare nuove fosse comuni.
Srebrenica però – non dimenticatelo mai – è “solo” la fine. Il compimento di un processo. Il cui inizio è stato altrove, in una terra però vicina, in una città edificata mezzo millennio or sono nella medesima valle. Quella, fertile e struggente, del fiume Drina.
Ecco, allora, quel nome che per molti è giusto un’eco lontana, il ricordo svanito di qualcosa che fu. In realtà, di ciò che è stato davvero troppo poco tempo fa. Troppo vicino a noi per averlo già rimosso. E ancora oggi è. Višegrad. Primavera del 1992.
A Srebrenica piovevano le prime cannonate, la città cadeva, veniva ripresa e assisteva impotente ai primi atti di un lungo assedio conclusosi in tragedia, in ecatombe. In genocidio.
A Višegrad, la nera signora raccoglieva in grande copia il primo tributo di sangue sull’altare oscuro del nazionalismo e del razzismo. Del fascismo riaffacciatosi prepotente in Europa con la falce bagnata di sangue. Tremila persone accomunate dall’essere semplicemente “non-serbe” sgozzate o arse vive e gettate nella Drina, da allora la più grande fossa comune liquida della guerra in Bosnia Erzegovina.
E poi, maggio-agosto del 1992, Prijedor: il ritorno dei campi di sterminio in Europa, mezzo secolo dopo la fine della seconda guerra mondiale.
Ecco, cari lettori: non dimentichiamo Srebrenica. Mai. Ma facciamo lo sforzo di imparare anche altri nomi complessi, come appunto Višegrad e Prijedor. Perché solo conoscendo a fondo come sono andate le cose possiamo trovare l’antidoto contro negazionismi, revisionismi e fascismi, i cui rigurgiti carichi di odio e ignoranza sempre più riempiono le pagine dei giornali. Ma l’essere umano si abitua troppo presto, trincerato nel suo egoismo. È successo anche in Bosnia, tre decenni fa. È successo a Srebrenica, ad esempio.
Luca Leone
Giornalista e scrittore italiano, autore tra gli altri di “Srebrenica. I giorni della vergogna” e “Višegrad. L’odio, la morte, l’oblio”